Confieso que es difícil tener estas discusiones.
Me gustaría no tener que hacer la menor alusión a esos elementos estilísticos, pero dado el escándalo del resto de la argumentación no puedo dejar de registrar ese rasgo casi folclórico, el tono de superioridad que reemplaza a los argumentos. «¡Qué jartera tener que prestarle atención a alguien como usted!» «¡Uf, las cosas que le pasan a uno por escribir sus opiniones!» «No crea que no me cuesta trabajo ponerme a discutir algo así.»
El procedimiento es más bien repugnante, pero forma parte de la vida colombiana: casi no hay profesor universitario que no recurra al estilo declarativo. Un anónimo que se declara profesor escribió un comentario en esa misma discusión señalando que a él había que respetarlo. ¿Se falta al respeto a alguien cuando se le atribuyen determinadas opiniones? ¿No habría que explicar que esas atribuciones no son exactas y por qué no lo son?
«A mí me respeta» es la típica respuesta de un intelectual en Colombia, la amenaza implícita y obviamente la falta de argumentos. ¿Qué importa lo que se haya dicho o dejado de decir cuando se ha llegado a algo tan sensible como el respeto? No, no hace falta decir nada sobre lo otro: la exigencia de respeto es suficiente para mandar callar a cualquiera.
Siempre se vuelve a lo mismo: ¿Es o no Alfredo Molano el más característico líder del profesorado universitario colombiano? Claro que después de lo golpeadas que han salido las FARC en estos años todo el mundo encuentra aspectos «matizables» en las opiniones políticas de Molano. Lo que no llego a entender es si eso se puede plantear o no. Son los hábitos intelectuales colombianos, hay cosas que no se pueden decir. Punto. Sigue AG:
Cuando alguien está delirando de fiebre moralista, como le sucede a Jaime, una primera reacción es la de nuestro profesor anónimo: exigir respeto y denunciar el dogmatismo de quienes acusan de amorales (y hasta de criminales) a los que no piensan como ellos.
Tras establecer la jerarquía con el correspondiente mohín, viene la descalificación fácil: «¿Qué vamos a hacer con esos delirios moralistas suyos?» «¿No ve que no se puede tratar de criminales a los que no piensan como usted?»
Claro, ¿quién va a detenerse a pensar si ese adjetivo tiene algún sentido? «Usted no piensa, como yo, que la salsa tártara es la mejor para acompañar los pescados hechos al horno. Usted es un criminal.»
¿A quién le va a interesar que Molano escribiera por ejemplo que no se debía condenar la masacre de Vigía del Fuerte porque en ese sitio funcionaba una base paramilitar?
¿O que recordara que el terrorismo es el recurso de los débiles, según Arnold J. Toynbee, claro, y que la gente tiene derecho a no dejarse globalizar y a defender sus formas de vida y sus jerarquías (en un artículo dedicado a aplaudir los atentados del 11 de septiembre de 2001)?
¿O que el secuestro era un crimen monstruoso y por tanto el gobierno debía apresurarse a negociar con las guerrillas un cambio drástico de las instituciones para que nadie siguiera sufriendo esa infamia?
¿O que en la medida en que las FARC estaban impedidas de financiarse legalmente pedirles que renunciaran a sus medios ilegales de financiación era como pedirles que renunciaran a su lucha?
Si a mí alguien me dijera que me pagaría diez dólares por cada lindeza de ésas que encontrara en artículos de Molano hurgando en las hemerotecas, sin la menor duda yo terminaría con varios millones.
Claro, es que hoy en día, con tanto «furibismo», la intolerancia está a la orden del día. ¡Un delirante moralista intolerante como yo llega a atreverse a suponer que alentar a que se mate gente puede ser considerado criminal! Hay que civilizarse, definitivamente, no hay alternativa.
Sigue AG:
Pero luego viene un intento por sumar argumentos. No sé porque Jaime insiste en mezclar dos cosas que son distintas. Una cosa es la existencia de ciertos grupos protegidos que han sido exitosos en capturar rentas y han usado la ideología de izquierda para justificarse, y otra cosa muy distinta es la existencia de un ejército de campesinos ignorantes y de traficantes de droga que usa el mismo discurso y que asesina sin reatos de conciencia.
Más adelante asegura AG que Colombia no es un muladar: bastarían esas dos frases para refutarlo. Curiosamente, él no representa a la mayoría de columnistas amigos del narcoterrorismo sino más bien a la minoría que en términos generales discrepa. ¿Cómo puede llegar a imperar la mentira a tal punto en un lugar que no sea una sentina?
¿Es posible ignorar la relación histórica del sindicalismo estatal con la guerrilla y de ambos con el Partido Comunista? Bueno, parece que los anglicismos se prestan maravillosamente a esa clase de compo-nendas psíquicas, «ignorar» no es «no saber», como creemos los exaltados, sino «pasar por alto».
¿Qué le puede ocurrir a alguien así, como no sea una reacción adaptativa muy similar a la que permitió a la gente participar en la persecución de sus vecinos en los regímenes totalitarios? Yo podría encontrar digamos que muchos cientos de pruebas obvias de que las FARC y la llamada izquierda son lo mismo. Otra cosa es que no hagan lo mismo. Unos cometen las masacres y los otros las cobran. Es como si alguien dijera que el Secretariado no es lo mismo que las FARC porque en él no hay ningún menor de edad.
Lo que pasa con esa clase de cosas es que se termina abusando de la paciencia de la gente. Pongamos la afirmación de AG de que las FARC matan sin reatos de conciencia. ¿Qué pasa si alguien la pone en duda y asegura que cada asesinato les plantea grandes problemas morales? Demostrar lo obvio es aburrido, pero para el que tenga paciencia aquí hay diez argumentos (que se pueden saltar los que no quieran perder tiempo).
1. Si las FARC son sólo unos bandidos rurales distintos de la izquierda, ¿cómo es que la izquierda exige que se negocien las leyes con las FARC? Por el contrario, si AG tuviera razón Carlos Gaviria apoyaría la seguridad democrática y recaudaría millones de votos de gente que cree que la pobreza se remedia a punta de decretos y tal vez le ganaría las elecciones a Uribe. En la medida en que defienden una negociación política se hacen voceros de las pretensiones guerrilleras y patrocinadores de la violencia. ¿Cómo puede no verse eso?
2. Las FARC nacieron del PCC, al igual que la CUT, la antigua CSTC. Unos y otros tenían activistas profesionales pagados con los recursos soviéticos y obedecían órdenes de las mismas personas. Muchos sindicalistas de esa época terminaron en el monte. ¿Hay una sola prueba de que el PCC haya renunciado a imponer su proyecto político mediante la lucha armada? No, sólo no hay pruebas de que mantenga una relación con las FARC. ¿Nadie le ha recomendado a AG que lea alguna vez el periódico Voz. No resulta difícil entender que para alguien como él es muy difícil una discusión semejante.
3. Todo el mundo conoce la relación que había entre el sindicato de Ecopetrol y la guerrilla que dominaba Barranca. Y las acusaciones sobre el de Telecom y algunos otros siempre han tenido bastante asidero, a tal punto que pese al miedo muchos jueces se atrevieron a condenar a algunos sindicalistas. ¿Cómo es que nadie se ha tomado el trabajo de contarle eso a AG? ¿O tal vez será que los empleados de esas empresas son distintos de «ciertos grupos protegidos que han sido exitosos en capturar rentas»?
4. La mayoría de esos sindicatos estatales, empezando por el de maestros, estuvieron en el Caguán coreando las consignas de las FARC y exigiendo que se aboliera la democracia para obtener la paz. Pero son cosas mías, de un delirante febril que sigue creyendo que no hay democracia cuando se premian los crímenes y se imponen leyes a cambio de no matar a la gente.
5. En el Foro de Sao Paulo los representantes de la izquierda colombiana eran la AD M-19, el PCC, el ELN y las FARC. ¿Cómo es que no tenían ningún interés en diferenciarse?
6. En las elecciones presidenciales de 2002 el Polo Democrático no tenía ningún programa para combatir a la guerrilla y por el contrario su candidato insistía en que se debería ir a una Constituyente. ¿Hace falta decir que los delegados de esa Asamblea no serían elegidos?
7. Todos los grupos pertenecientes al PDI y al sindicalismo afín se reconocen en discursos como el de A. Molano, reseñado arriba.
8. En cualquier documento de propaganda de amigos de la guerrilla que circule fuera de Colombia aparece la retórica guerrillera pero siempre firmada por varios sindicatos estatales.
9. La cúspide del poder en esos sindicatos estatales la ha ocupado desde hace décadas el PCC. El actual representante a la Cámara Wilson Borja era el presidente de Fenaltrase, la mayor organización de rentistas estatales. ¿Nadie le ha contado a AG que ese sindicalista cuando se libró de ser asesinado explicó que a los enemigos del PCC les molestaba el proceso de paz? ¿Qué iba a tener que ver el proceso de paz con el sindicalismo?
10. Los valores y principios de uno y otro sector son idénticos y cualquier espacio, como los foros de El Tiempo, en que la izquierda se pronuncie hay una abierta defensa de las FARC. En el mejor de los casos se las considera un flagelo más llevadero que la presidencia de Uribe.
La idea de unas FARC campesinas es por otra parte grotesca. ¿Qué tiene de campesino Guillermo León Sanz? ¿Y Jacobo Arenas? ¿Y las decenas de miles de activistas urbanos de que hablaba una vez Malcolm Deas? Sigue AG:
Decir que las dos cosas son parte de la misma conspiración que busca mantener el status quo no es sólo una equivocación; es un delirio peligroso.
Ya casi aburre denunciar esos recursos retóricos de descalificación. Y no, no se trata de una conspiración sino de un movimiento político activo desde hace muchas décadas y que nunca ha ocultado sus intenciones. ¿O es que nadie le ha dicho a AG que por ejemplo Laura Restrepo declaraba que algo como Cuba era lo que ellos querían?
Ese «delirio» de ver lo obvio es ciertamente peligroso: ya Plinio A. Mendoza lo experimentó en carne propia, por no hablar del miedo que sufren los estudiantes de universidades públicas que discrepan del discurso hegemónico. Y la falta de rectitud en la sociedad, que acepta el secuestro y sus rentas del mismo modo que el narcotráfico, de otro modo los antiguos secuestradores del M-19 no disfrutarían de tan generalizado reconocimiento y tal vez alguien les preguntaría por el destino de los recursos del secuestro masivo de la embajada.
No entiendo el odio de Jaime por la universidad. Creo que todo hace parte de su misma mentalidad paranoica que lo lleva a pensar que las universidades no son más que centros de adoctrinamiento al servicio de la guerrilla.
Ante todo el «odio» por la universidad colombiana procede del predominio de hábitos intelectuales como esas descalificaciones. Ya ni siquiera es la plena indignidad argumentativa, sino la pura grosería, el simple matonismo: «delirio», «paranoico», «fiebre», «dogmatismo». Antiguamente en Europa se esperaba que la gente fuera a la universidad a aprender a razonar, en Colombia sólo se llega a descalificar a partir de declaraciones concluyentes respaldadas por el diploma o por el puesto de profesor.
La historia de Latinoamérica se podría resumir un poco burdamente en el surgimiento de una sociedad esclavista en la que unos trabajan y otros se quedan con las rentas gracias al control que tienen del Estado. Un sector trata de superar ese orden y otro de mantenerlo. Si alguna palabra sirviera para definir eso que se intenta defender esa palabra sería dominación.
El mando al principio estaba en manos de los funcionarios de la Corona, después pasó a sus descendientes, que conservaron el poder estatal después de la independencia. En la medida en que la población crecía y se mezclaba y llegaban inmigrantes, ya el mero tipo físico no permitía reconocer a los señores, ni resultaba especialmente justificable por eso, sobre todo debido a la influencia estadounidense.
La universidad vino a suplir ese vacío: sólo podían acudir a ella los ricos y bien relacionados, su exigencia era y es prácticamente nula, lo que explica la ausencia de cualquier avance científico. A veces acceden al grado (no a las clases, para aprobar el examen de ingreso en la Nacional hace falta «sólo» tener conocimientos y agilidad mental, para terminar la carrera hace falta tener recursos y aun un entorno que permita estudiar) algunos que no tienen un origen entre los dominadores.
Los señores pasaron a convertirse en doctores, pero su parasitismo siguió siendo idéntico. La absoluta hegemonía del comunismo en las universidades colombianas a partir de la Revolución cubana tiene que ver con el innegable acierto de los patricios de ese país, mucho más rico, culto y avanzado en términos generales que Colombia en 1959. En lugar de una jerarquía movediza y amenazada se pasó a un orden congelado y seguro, con cargos vitalicios y absolutamente ninguna competencia.
Nada sería más deseable que una universidad que formara empresarios, líderes, verdaderos sabios y pensadores. En Colombia, ya se ve en los hábitos de discusión de Gaviria, y no es el peor, sólo se disfraza de retórica pseudoculta el mismo orden de siempre. Los mismos descendientes de los mismos encomenderos siguen recitando las mismas retóricas, percibiendo las mismas rentas y dándose aires de dandis y próceres generación tras generación.
Y no, no es que todas las universidades sean centros de adoc-trinamiento de la guerrilla, sobre todo porque la guerrilla sólo es una tropa mercenaria al servicio de la misma casta que domina las univer-sidades. Centros de adoctrinamiento puro son varias universidades de provincia, la Pedagógica de Bogotá y en buena medida la Nacional. Según el estrato se va a la guerrilla o al periodismo.
¿Es que nadie le ha dicho a AG que desde los años sesenta los estudiantes que han pasado a formar parte de las organizaciones guerrilleras propiamente dichas son muchos miles? ¿Qué le parece la explosión ya olvidada del barrio Samper Mendoza?
Da lo mismo: los universitarios que apoyan conscientemente a la guerrilla son minoría, sobre todo porque esa categoría es sumamente engañosa: ¿es igual el hijo de un doctor que estudia en Los Andes para ministro que el empleaducho que hace contaduría por las noches en la universidad de garaje? Si se consideran sólo universidades las grandes y las públicas y no se cuenta el número de centros sino el de alumnos y profesores, habría más de un noventa por ciento de enemigos de EE UU y del neoliberalismo, simpatizantes del régimen cubano, partidarios de la negociación política con las guerrillas, enemigos del presidente Uribe...
La guerrilla es sólo un elemento de ese conjunto, un poco como el rústico que vigila en la calle en los barrios acomodados. La hegemonía ideológica de la llamada izquierda en las universidades sólo es el reflejo de los intereses del sector social del que proceden la mayoría de los estudiantes y del orden que ven amenazado por la globalización, y que la guerrilla defiende.
Colombia no es un muladar. Es un país que ha padecido muchos crímenes y mucha impunidad, lo que ha alimentado muchos odios.
Es difícil errar tanto en tan pocas líneas. Sobre todo la idea de que un país padece los crímenes, como si no fuera más bien el que los comete, pues a fin de cuentas los muertos de Bojayá ya no están. La impunidad en ese sentido no se ha padecido sino que se ha disfrutado.
Y nada más falso que el cuento de los odios enquistados: ¿tiene algún odio un personaje como Molano, el líder de la universidad colombiana y principal propagandista de los valores guerrilleros, contra los policías huilenses a los que castran sus niños o contra los secuestrados? Sencillamente los dominadores, los doctores, ven a la gente de a pie como ganado y les da igual que vivan mutilados o que mueran en grandes cantidades siempre y cuando sus rentas y su rango se mantengan. Es la doctrina que predomina en las universidades colombianas, lo que aprende el futuro doctor. Realmente nada más.
Pero no son los juicios sumarios de Jaime los que van a sacarnos del problema. Todo lo contrario.
Claro, si el problema es que haya gente que denuncie esa afinidad entre los que cometen las masacres y los que quieren convertirlas en fuente de derecho. La frase se puede entender y aun compartir si se tiene claro quiénes forman el «nosotros» tácito en «sacarnos»: es que poco a poco se empieza a compartir intereses con todo el gremio al que uno pertenece, y la búsqueda de polémicas light sólo es una forma de llamar la atención sobre uno mismo, de adquirir protagonismo y tener como puntos que ir cediendo.